Te He Llamado por Tu Nombre
Hace algún tiempo hubo una historia en la revista Reader´s Digest (Asimilación del Lector) sobre el primer día de clases de un estudiante de kínder, a principios de los años setenta. Había tantos nombres inusuales flotando alrededor del área de Santa Cruz, en aquellos días en que los maestros ni siquiera pestañaban cuando se encontraban con un niño que llevaba una etiqueta de identificación con el nombre “Puesto de Frutas”. Los maestros pensaron que el nombre del niño era extraño, pero intentaron hacer lo mejor posible de la situación.
“¿Te gustaría jugar con los bloques de juguete, Puesto de Frutas?” Ellos decían. Y luego, Puesto de Frutas ¿qué tal un refrigerio?” Él acepto, pero con inseguridad. Al final del día, su nombre no parecía más extraño que Rayo de luna o Rayo de Sol.
A la hora de salida, los maestros llevaron a los niños a los autobuses. “Puesto de Frutas, ¿sabes cuál es tu autobús?” Él no contestó. Pero eso no era extraño ya que no les había respondido durante todo el día. Muchos niños son tímidos el primer día de clases. Los maestros habían instruido a los padres a escribir los nombres de las paradas de autobús de sus hijos al reverso de sus etiquetas de identificación. La maestra simplemente vio al reverso de la etiqueta de identificación. Allí, pulcramente impresa, estaba la palabra “Anthony.”
Realmente aprecio los nombres inusuales – especialmente los nombres que transmiten significado o esperanza. Pero ¡pobre Anthony – que lo llamaban Puesto de Frutas todo el día!
Hay algo importante – incluso hermoso al ser llamado por nuestro nombre real. De niño en la escuela – cuando nuestros maestros aprendían nuestros nombres; o, en la iglesia cuando asistimos lo suficiente hasta el punto de que todos conocían nuestro nombre, comenzamos a sentirnos aceptados, sentimos que pertenecemos a la iglesia, sentimos que nos toman en cuenta.
En el libro de Isaías (capítulo 43), Dios dijo: “Te he llamado por tu nombre; tú eres mío.”
Dios te llama por tu nombre. Dios te conoce y él te ama profundamente.
Oremos: Oh Señor, tú nos has buscado y nos has conocido. Tu disciernes nuestros pensamientos desde muy lejos y conoces nuestras formas de ser. Y aún así nos amas. Gracias por tu perdón, tu misericordia y tus cuidados, y por proclamarnos como tuyos. Danos la gracia para responder con amor propio. Amén.
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