Alabanza y Gratitud
Hay una vieja historia sobre un sastre que visita a su rabino y le dice, “Tengo un problema con mis oraciones. Si alguien viene a mí y dice, “Mendel, eres un sastre maravilloso,” eso me hace sentir bien. Me siento apreciado. Puedo seguir sintiéndome bien durante toda una semana, incluso más tiempo con la energía de un halago como ese. Pero si las personas vienen a mi todos los días, uno tras de otro, hora tras hora, y continúan diciéndome “Mendel, eres un sastre maravilloso,” una y otra vez me volvería loco. Llegaría a tal punto en que no desearía escucharlos más. Les diría que se alejaran y que me dejaran hacer mi trabajo en paz. Esto es lo que me preocupa acerca de orar. Me parece que, si le decimos a Dios lo maravilloso que él es una vez a la semana, incluso una vez cada cierta semana, y solo uno o dos a la vez, eso sería todo lo que necesitaría. ¿Es Dios tan inseguro que necesita que lo alabemos todos los días? ¿Tres veces al día, en la mañana, tarde y noche? Me parece que lo volvería loco.”
El rabino sonrió y le dijo, “Mendel, tienes toda la razón. No tienes ni idea de lo difícil que es para Dios escuchar todas nuestras alabanzas, hora tras hora, día tras día. Pero Dios sabe lo importante que es para nosotros pronunciar alabanzas, así que, en su gran amor por nosotros, Dios está dispuesto a tolerarlo.”
Hay algo de hecho en cuanto expresar alabanzas y nombrar aquello para lo cual estamos agradecidos que cambia nuestra perspectiva. La gratitud siempre nos da una idea de un mayor contexto. Y, nuestras oraciones abren nuestros corazones a Dios y a los demás.
Oremos: Nosotros te alabamos, Oh Dios, por tu poder creativo, misericordia y amor eterno. Gracias por las muchas bendiciones que fluyen en nuestras vidas cada día. Que nunca dejemos de notar y que nunca olvidemos darte todas las gracias y alabanzas. Amén.
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