Nuestro Refugio y Fortaleza
El Salmo 46 es uno de los más amados en las Escrituras. Comienza: Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos, aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes.
Este Salmo es un recordatorio de que incluso en medio de este mundo incierto, caótico y a veces desmoronado, Dios está con nosotros.
Cerca del final del Salmo, el Señor dijo: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios…”
Un año los niños de nuestra iglesia leyeron este versículo varias veces, cada vez un poco abreviado, cada vez con un pequeño silencio para reflexionar:
Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.
Quédense quietos, reconozcan que soy.
Quédense quietos, reconozcan.
Quédense quietos.
Quédense.
Oremos: nos sentamos ahora en tu presencia, Oh Señor, aunque solo sea por un momento. Y confiamos en que estás sanando y redimiendo y juntando nuestras vidas e incluso este mundo. Que tu paz descanse sobre nosotros – y luego que se extienda a través de nosotros.
Oramos hoy por todos aquellos que se encuentran en medio del caos y la incertidumbre. Alzamos, especialmente, a los que mantienen la paz, a los trabajadores humanitarios y a las mujeres y los hombres en el ejército. Anhelamos, con ellos, en que llegue el día que finalmente reine tu paz. Y oramos en Aquel que es nuestro refugio, nuestra fuerza, y nuestro Príncipe de Paz. Amén.
¡Por favor siéntanse libres en compartir este mensaje con familiares y amigos!