Ir a la Ciudad a Predicar
Según el libro, Vida de San Francisco de Asís, San Francisco una vez invitó a un joven monje a unirse a él en un viaje a la ciudad para predicar. Honrado de haber recibido la invitación, el monje aceptó rápidamente. Durante todo el día, él y San Francisco caminaron por las calles, desvíos, callejones e incluso hasta los suburbios. Estaban entre cientos de personas. Al final del día, los dos volvieron a casa. Ni una sola vez San Francisco de Asís se había dirigido a la multitud. Muy decepcionado, su joven compañero dijo: “Yo pensé que iríamos a la ciudad a predicar.” San Francisco de Asís respondió: “Hijo mío, hemos predicado. Fuimos vistos por muchos y nos observaron de cerca. Es inútil caminar a cualquier parte para predicar a menos que prediquemos por todas partes mientras caminamos.” Y es tan cierto que nuestras acciones cotidianas dicen mucho de lo que creemos. Oídos atentos, corazones generosos y espíritus indulgentes proclaman las buenas noticias de maneras que las palabras nunca podrán.
La oración de San Francisco de Asís es una que continúa tocando mi vida. Es un recordatorio constante para mí de que la fe y la esperanza son palabras centradas en las acciones. Cuanto más los utilizamos y los ponemos en práctica, más fuertes se vuelven.
Oremos: Señor, hazme un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, déjame sembrar amor;
donde haya dolor, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya oscuridad, luz;
y donde haya tristeza, felicidad.
Oh Divino Maestro, concédeme que no busque tanto
ser consolado como consolar,
ser entendido como entender,
ser amado como amar.
Pues es dando como recibimos,
Es perdonando como somos perdonados,
Y es muriendo como nacemos en Vida Eterna. Amén.
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