Incluso un Vaso de Agua Fresca
“Quien los reciba a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me envió…y quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por tratarse de uno de mis discípulos, les aseguro que no perderá su recompensa.”
Inicialmente, Jesús dirigió estas palabras a los primeros discípulos (Mateo 10:40-42). Él los había enviado a hacer lo que él hacía, a enseñar, predicar y cuidar de los demás. Jesús les estaba diciendo: Mientras ustedes cumplen con su misión, su ministerio, quien los reciba, me recibe a mí…y a Aquel que me envió. Yo estoy en ustedes de una manera mística. Cuando las personas les muestren hospitalidad, me están mostrando hospitalidad a mí…Y en eso hay una bendición para ellos.
Me imagino que, para los primeros discípulos, estas palabras fueron reconfortantes y tranquilizadoras. Cuando Jesús dijo: Y quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños…ellos sabían que ellos eran los “pequeños”. Los primeros Cristianos eran pequeños e insignificantes a los ojos del mundo. No tenían poder, ni influencia, ni muchos recursos.
Jesús les decía: Aunque ustedes son insignificantes e imponentes, yo los he acogido, los he amado y estoy con ustedes en su ministerio…Los que los cuidan, los que los atienden, me atienden a mí.
Me imagino que aquellos primeros discípulos, sintiéndose impotentes, sentirían una profunda empatía por otros que eran impotentes en el mundo. De hecho, más adelante en el Evangelio de Mateo (25:31-46), Jesús deja claro que quienes acogen, alimenten, vistan, cuiden a cualquier persona necesitada, lo han hecho por él. Él está presente en los vulnerables, los que sufren, los hambrientos y los marginados.
“Y quien dé siquiera un vaso de agua fresca…” Jesús dijo: “les aseguro que no perderá su recompensa.”
¿Cuál es la recompensa? No sabemos a qué se refería Jesús con eso. Pero sí sé que hay una bendición en dar. Y la mayoría de nosotros hemos descubierto que al brindar la hospitalidad a los demás, experimentamos nuevas perspectivas y escuchamos nuevas historias. Nuestras perspectivas se amplían, nuestros corazones se expanden y creamos espacio para que las relaciones florezcan.
Que puedas llegar a ver que cuando abres tu corazón, tus ojos, tus oídos y tus manos a alguien necesitado, en realidad estás abriéndolos a Cristo.
Oremos: Señor Jesús, danos ojos para verte en los ojos de los demás. Que podamos cuidarlos tal y como tú cuidas de nosotros. Amén.
¡Por favor siéntanse libres en compartir este mensaje con familiares y amigos!