Frente a las Montañas
Creo que compartí, recientemente, que cuando me encontré con una vieja amiga, hace algún tiempo, le pregunté cómo estaba. Ella dijo: “Ya estoy jubilada. ¡No tengo montañas que escalar!”
Cuando pensamos en una carrera o tal vez en mayores logros académicos, me imagino que es bueno tener ese tipo de cosas en tu mente. Pero también recuerdo que a veces en la vida nos enfrentamos a montañas que son de diferente naturaleza…Montañas que no teníamos intención de afrontar…Montañas emocionales, montañas de salud física, montañas de pérdidas, montañas de dolor, montañas de duda, montañas de adicción.
Plantea la pregunta: ¿Cómo afrontamos estas montañas?
El libro de Hechos cuenta la historia de los primeros discípulos que tuvieron que enfrentar sus propias montañas. Jesús les había dejado una misión bastante desalentadora: Serán mis testigos tanto en Jerusalén como en Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Serán la evidencia de mi amor por este mundo.
Para ser justos, ciertamente habían experimentado la resurrección de Jesús, pero él ya no estaba con ellos. Y estoy seguro de que entre ese grupo todavía había mucha ansiedad, mucha preocupación…tal vez algo de confusión…Él los había enviado, y las multitudes en Jerusalén no eran exactamente amigables…Los emperadores de Roma no eran exactamente amigables…Además de eso, no tenemos idea de lo que cada uno estaba pasando en sus propias vidas, pero aquí están…
Y es en ese contexto que Lucas nos dice: “De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viendo y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos…” (Hechos 2:2-3). Todos fueron llenos del Espíritu Santo…
Quizás estés frente a una montaña en este momento. Tal vez estés en un momento en el que estés preocupado por el futuro de un hijo o de un ser querido o de una relación o de un trabajo. Tal vez cuando miras las noticias, sientes como si el mundo que te rodea se estuviera desmoronando. O tal vez al notar nuestras denominaciones principales se están volviendo cada vez más grises, y cada vez menos de nuestros hijos asisten a la iglesia, tal vez sea desalentador.
Entonces la pregunta es: ¿Puedo confiar en el mismo Espíritu que dio origen a las estrellas, al amor y al compañerismo; el mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos; el mismo Espíritu que infundió vida a la iglesia primitiva en ese primer Pentecostés? ¿Puede ese mismo Espíritu llenarme a mí, y a nuestra iglesia con la fuerza y el valor que necesitamos para lograr este ascenso?
Oremos: Ven Espíritu Santo, llena nuestras iglesias, llena nuestros hogares, llena nuestras vidas con la energía ardiente de tu amor. Pedimos sanación, gracia, energía renovada y esperanza. Amén.
¡Por favor siéntanse libres en compartir este mensaje con familiares y amigos!