En el Nombre de Jesús
Paul Harvey contó sobre un niño de 3 años que fue a la tienda de comestibles con su madre. Antes de que entraran, ella le dijo a su hijo: “Ahora, no vas a obtener ninguna galleta con chispas de chocolate, así que ni siquiera preguntes.”
La madre colocó a su hijo en el asiento para niños y recorrieron los pasillos. Él estaba portándose bien hasta que llegaron a la sección de galletas. Al ver las galletas con chispas de chocolate, dijo: “Mamá, ¿Puedo comer unas galletas con chispas de chocolate?” Ella dijo: “Te dije que ni siquiera preguntaras. No vas a obtener absolutamente nada.”
Continuaron por los pasillos, pero en su búsqueda de ciertos artículos tuvieron que retroceder y terminaron en el pasillo de las galletas. “Mamá, ¿Puedo tomar unas galletas con chispas de chocolate?” Ella dijo: “Te dije que no obtendrás ninguno. Ahora, siéntate y permanece en silencio.”
Finamente, llegaron a pagar a la caja. El niño sintió que el final estaba a la vista, que esta podría ser su última oportunidad. Él se puso de pie en el asiento y gritó con su voz más alta: “En el nombre de Jesús, ¿Puedo tomar unas galletas con chispas de chocolate?” Todos los que estaban en fila para pagar en caja se rieron y aplaudieron. ¿Crees que el niño recibió sus galletas? ¡Claro que sí! Los otros compradores, conmovidos por su audacia, contribuyeron con sus recursos económicos. El niño y su madre se fueron con no menos de 23 cajas de galletas con chispas de chocolate.
¡Esa es una gran historia! Creo que la mayoría de nosotros podemos identificarnos con el niño. Hay momentos en la vida en los que queremos algo desesperadamente. Queremos una nueva dirección en la vida o un nuevo comienzo. Queremos que un ser querido se recupere o que una relación se reconcilie. En esos momentos podemos orar fervientemente. Pero la verdad es que, incluso con una fe entusiasta y una persistencia implacable – Dios no siempre contesta nuestras oraciones en el tiempo y la forma que nos guste.
A veces funciona como lo hizo para el niño y a veces no. Pero en todos los casos, nuestras oraciones nos acercan a la presencia del Señor. Y, si nuestros ojos están abiertos, notaremos la mano de Dios obrando.
Oremos: Tú eres Santo, Misterio y Amor. No entendemos por qué las cosas suceden o no suceden como lo hacen. Pero confiamos en que nunca nos dejarás ni nos abandonarás; y que nos darás fuerzas para enfrentar el momento. Por eso te damos gracias y alabanzas. Amén.
¡Por favor siéntanse libres en compartir este mensaje con familiares y amigos!