Redención
El Dr. Keith Wagner escribió una vez sobre la devastación causada por la erupción del Monte Santa Helena en 1980. Los bosques fueron destruidos por el fuego, y los ríos se saturaron con escombros. Los peces y otros animales salvajes murieron. Humos tóxicos llenaban el aire, y el futuro del área parecía sombrío.
Sin embargo, menos de un año después de la erupción, los científicos descubrieron que, a pesar del hecho de que los ríos habían sido saturados con barro caliente, cenizas volcánicas y escombros flotantes, algunos de los salmones y truchas habían logrado sobrevivir. Al usar arroyos y salidas de agua alternas, algunos de los cuales tenían menos de seis pulgadas de profundidad, los peces regresaron a sus lugares de desovo. En unos pocos años, los campos, lagos y ríos que rodean al Monte Santa Helena, una vez, más rebosaron de vida. Incluso la montaña misma comenzó a mostrar signos de nueva vegetación.
El punto del Dr. Wagner fue que a veces en la vida lo que parece ser una situación sin esperanza, realmente no lo es. El dolor y el sufrimiento, finalmente, no llegan a tener la última palabra. La devastación y el dolor no llegan a tener la última palabra. Dios la tiene. Y, de las cenizas, del sufrimiento, surge una nueva fuerza, una nueva profundidad y un nuevo comienzo.
Oremos: Dios de toda vida nueva, ayúdanos a confiar que estás obrando, incluso ahora en los lugares devastados de nuestras vidas y en este mundo. Danos indicios de redención, sanación, renovación y restauración, para que tengamos valor y esperanza; porque oramos en el nombre de Jesús que dijo: “¡Voy a hacer algo nuevo!” Amén.
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